George R.R. Martin, en 1980 escribió ‘El dragón de
hielo’, una pieza de literatura
juvenil, casi un cuento. En ese mundo fantástico al que nos tiene acostumbrado
este autor nos acerca a un entorno similar al de Siete Reinos de
‘Canción de hielo y fuego’ pero
simplificando algo la historia para llegar a un público más “teenager”.
La historia es la de una
niña, Adara, que nació durante una gran helada y el frío se instaló en ella.
A raíz de eso, se dedica a la construcción de castillos de hielo y a pasear por
los campos congelados pisando nieve y escarcha. En esos paseos conoce al dragón de hielo. A pesar de que todo el pueblo
lo ve con terror, para Adara se convierte en el mejor compañero.
El cuento es corto y, como sucede en
la literatura juvenil de calidad, no sólo es la forma correcta lo que hay que
valorar sino el mensaje profundo y la capacidad del texto para liberar toda la
imaginación del lector. Así, trata de la guerra, la muerte, la soledad y el
envejecimiento. Martin se recrea, como en otras ocasiones en personaje
solitario en entornos que, como el Muro de
“Juego de
tronos”, nos trasladan el sentimiento de soledad y aislamiento.
Hay que mencionar el trabajo de la ilustradora
Verónica Casas. Su lápiz, en esta edición de Montena, se muestra más cómodo con
los animales que con los seres humanos. Grandes los dragones, vulgares las
personas. Algo irregular…
‘El dragón de hielo’, es un libro de “bajo perfil” de
un buen escritor, George R.R. Martin. ¿Qué valor le damos? Fundamentalmente, la
incorporación de lectores a este mundo de “fantasía realista”: las chicas son chicas,
mujeres con sus luces y sus sombras, la guerra es un foco de dolor y
sufrimiento para todos los que intervienen en ella y los personajes son humanos,
con sus alegrías y tristezas, miserias y virtudes.
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